ETICA Y CONVIVENCIALos modos en que sentimos, pensamos y actuamos para resolver prácticamente las tres cuestiones, conforman en gran medida nuestro estilo de vida, nuestro ethos humano, la identidad ética.
La vida de cada persona discurre en un sistema heterogéneo y complejo de convivencias. En qué grado logramos ser sujetos de la convivencia y en qué grado estamos sujetos a la convivencia, es una cuestión de difícil respuesta. La familia, la casa, la vecindad, los grupos de amigos y las cuadrillas, las escuelas y las empresas, los municipios y sus uniones, las ciudades y los estados, ... son instituciones de convivencia, a través de las cuales hemos heredado los principales medios que nos permiten sobrevivir y replantearnos el sentido de nuestra (co)existencia.
La calidad del desarrollo humano a través de dichas instituciones depende de muchos factores, pero principalmente del ethos que inspira, orienta y guía los modos de sentir, pensar y comportarse de las personas en relación a sí mismas, en relación a sus congéneres y en relación a la naturaleza.
Nos referimos al ethos o a la ética en su sentido más original, incluyendo en su significado la responsabilidad de actuar en conciencia buscando verdaderamente el bien y comportándose consecuentemente ante opciones concretas en cumplimiento de deberes. El ethos supone, en tal sentido, la búsqueda honesta y crítica de lo verdaderamente mejor para sí y para su(s) comunidad(es). El comportamiento humano puede estar, sin duda, condicionado por la costumbre (mores), por la fatalidad de factores ajenos a la voluntad personal (p.e. enfermedad o cataclismos), así como por la fuerza del poder político-militar (imperium) y económico (dominium) o por las leyes vigentes, independientemente de su legitimidad. En la organización social de la convivencia han sido muy complejas las relaciones entre ética (ethos), moral (mores), leyes (nomoi) y poder (imperium o dominium).
Su distinción nos parece, sin embargo, útil y consideramos necesario una vez más –en los comienzos de este tercer milenio- recuperar la centralidad de las preguntas éticas, para responder a los retos de convivencia que nos ocupan y preocupan.
Aunque a finales del siglo XX algunas apariencias indujeron a presagiar la posibilidad, no muy remota, de superar el clima de contra-vivencia mundial, que caracterizó la guerra fría, y de avanzar por unas relaciones de convivencia cooperativa basadas en el respeto solidario a la libertad de personas y pueblos, somos nuevamente testigos de guerras calientes de nuevo cuño que revisten modalidades inéditas en sus formas tanto local como globalmente. La novedad reside, más allá de la sofisticación de los recursos tecnológicos, en la (re)utilización de los factores más subjetivos (sentimientos, creencias, lealtades, organización ...) al servicio de fines que no pocas veces se ocultan deliberadamente para facilitar la movilización popular.
La utilización interesada de los problemas de convivencia para agudizar las contradicciones sociales y aprovecharse de su energía para favorecer cambios reaccionarios o revolucionarios, no debiera nunca ser excusa para no reconocer la realidad de dichos problemas, sino acicate para afrontarlos y solucionarlos cuanto antes. Atendiendo a nuestro entorno, la tarea está servida. Herencias diferentes y proyectos divergentes de identidad o proyecto individual y comunitario en lo que a lenguas, valores, historia, costumbres, símbolos y modelos socio-económicos o político-institucionales se refiere, compiten entre sí por su afirmación privada y pública en un espacio y tiempo compartidos, generando tanta confrontación social, que en determinados contextos y circunstancias hace temer por un antagonismo generalizado, que haga inviable la construcción de lo común o de una comunidad.
A esta situación han contribuido factores y circunstancias tan diversos como los cambios tecno-económicos, transformaciones culturales súbitas, procesos migratorios desordenados, condiciones políticas desiguales, herencias históricas diferentes de gran carga simbólica e ideologías contrapuestas.
La solución humanamente digna de estos problemas debe incluir la clarificación ética de lo que debemos hacer, lo que en modo alguno excluye, sino que exigirá, el debate sobre cómo hacer realidad lo que debemos.